martes, 3 de julio de 2012

DEL BOSQUE Y LA SELECCIÓN

Valencia arde sin control.  Las llamas campan a sus anchas y las copas de los árboles, del bosque mediterráneo, se abrasan con tal rapidez que lo único que se puede ver y respirar es humo y ceniza. El olor que hay en Valencia es un olor a chamusquina y  no es del humo, no es de la ceniza, es del aire contaminado por la desesperanza de ver como nuestros gestores hacen de la extinción de incendios un negocio y de la prevención una utopía.  Así estamos abocados al fracaso.  ¿Para cuándo el amor a nuestra tierra será una asignatura en el cole?


En los veranos de los años 80, trabajé como peón forestal en el retén de incendios  de Montes claros.  Montes Claros pertenece a Guadalajara- en el extremo sureste de la Sierra de Ayllón-  pero hay que acceder a su casa forestal por Montejo de la Sierra (Madrid), atravesar sierra Pela, llegar la Cardoso y luego coger dirección a pueblos tan interesantes como Cabida y  Corralejo. Ahí en tierra de nadie, en tres provincias, en un cruce de caminos y de carreteras sinuosas, está su base.



Allí aprendí a respetar y cuidar el monte, aprendí a  luchar contra el fuego. Aprendí a controlar la rabia y la desesperanza que provoca un incendio forestal  ¿Y saben lo primero que nos enseñaron? “Que arde en verano lo que no se apagó en el invierno”. La  verdadera prevención pasa por un cuidado  y por dotar de instrumentos eficaces a nuestros montes: cortafuegos, fajas auxiliares, puntos de agua, de vigilancia y por supuesto de una silvicultura preventiva. Ahí, ahí radica una buena gestión preventiva, ahí y en una buena educación ambiental.


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