domingo, 24 de febrero de 2013

ZOMBIS Y POLÍTICOS

ARTÍCULO 209
A John Lennon, de pequeñito, su madre -a menudo- le decía que la felicidad era la clave de la vida. Un día en la escuela le preguntaron qué quería ser de mayor. Él respondió: feliz. El maestro le  dijo que no entendía la pregunta y Lennon le respondió, que él no entendía la vida.

¿Por qué en educación, olvidamos lo importante de la vida y recordamos lo que tendríamos que olvidar?
Ayer nos comunicaban, que una de las tres limpiadoras que nos limpiaba el Instituto, cesaba en su puesto de trabajo. Lo que antes hacían entre tres, ahora lo harán entre dos. Una de las medidas que nos proponía el director para ayudar a nuestras compañeras de la limpieza, era la de pedir a los alumnos, al terminar la jornada, que subiesen cada uno la silla a su mesa, para evitar este trabajo a las limpiadoras. Es sencillo ¿verdad? Es educativo ¿verdad? Es solidaridad, es ayuda, es respeto, es justicia, es dignidad, es compromiso, es colaboración, es responsabilidad, es educación, son valores ¿verdad?

Hubo profesores “verdes” que no les pareció bien la medida a tomar, entre otras razones, porque con esta actitud- exponían-  ayudaríamos bien poco a la lucha del  “No a los recortes”. Se dan cuenta como olvidamos lo importante y la esencia de la educación, por motivos ideológicos, políticos y  conveniencias personales.

Que cada alumno suba su silla y no tire los papeles al suelo, debería ser una actitud y la norma, debería de haber estado desde el principio; independientemente del número de limpiadores que haya o del partido político que gobierne o del que esté en la oposición. Pero claro…

Hay mucha falsedad, mucha mediocridad y mucha ignorancia en esto de la educación. En ocasiones estos, recurren al insulto o a la descalificación; no se dan cuenta que la ignorancia se mide en la cantidad de insultos que usan cuando no tienen argumentos para defenderse.  Deberían conocer más a sus alumnos para intentar comprenderlos; adaptándoles los aprendizajes a sus niveles, a su estilo de aprender, a sus circunstancias particulares y personales. Tendrían que mantener una relación más empática con ellos, ofrecerles contenidos más atractivos, más dinámicos, más útiles, más ilusionantes. Es prioritario una comunicación más fluida, una actitud positiva, de ayuda, de cercanía. Necesitarían conocer más a sus alumnos e intentar comprenderles, saber qué se les da bien, qué les gusta, qué no. Deberían también intercambiar conversaciones con ellos, saber cómo nos ven, escucharles, abrir puertas y no cerrarlas.

Tal vez así tendríamos un clima más distendido en el aula, evitaríamos problemas de conducta, distracción, conflictos de convivencia en el aula, desmotivación y  abandono escolar. Tal vez así, habría motivación, compromiso, respeto, atención, voluntad, trabajo y ganas de aprender.

Cambiando de tema, creo que en ocasiones, vamos como zombis por la vida. Me gustaría que fuesen ilusiones, fruto de mi imaginación, pero me temo que no es así. Uno no puede evitar establecer comparaciones entre el mundo de estos muertos vivientes y la sociedad española. En ocasiones veo muertos resucitados por medios mágicos, para convertirlos en esclavos de un sistema. Veo políticos aferrados al poder que nos hablan desde pulpitos dorados institucionales y nos acercan un debate del estado de la nación, que ni es debate, ni es de estado, ni es de la nación. Son monólogos, de intereses de partido y de conveniencias de poder. Son conversaciones que no entiendo y no sé si me dicen la verdad o la mentira.

España me recuerda a esa isla de los zombis, de la que nos hablaba Raymond Smullyan- ese matemático, mago, pianista y sobre todo humanista- en su libro  “Cómo se llama este libro” , en el que nos cuenta que en una isla cercana a Haití, la mitad de los habitantes fueron embrujados por un Vudú y transformados en Zombis, esos Zombis no se comportan según las típicas convenciones: hablan y no se pueden distinguir de los seres humanos normales, la única diferencia es que los zombis mienten siempre y los humanos siempre dicen la verdad. La situación es enormemente complicada por el hecho que aunque los nativos entiendan nuestro idioma a la perfección un antiguo tabú les prohíbe usar palabras extranjeras cuando hablan. Por lo cual al hacerle una pregunta que requiere una respuesta de sí o no, ellos contestan "Bal" o "Da", uno de los cuales significa si y el otro no. El problema es que no sabemos si "Bal" o "Da" es si o no.

Mi pregunta es ¿Cómo saber cuándo nos dicen la verdad y cuándo nos mienten?

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